Cada año que se inicia renueva las esperanzas de que nuestros deseos más íntimos y profundos se hagan realidad y, de alguna maneran, nos inyecta una dosis de empuje y optimismo para iniciar nuevos proyectos.
Sin embargo, la realidad cotidiana nos abruma cada vez con mayor celeridad, provocando el desvanecimiento de nuestros sueños. La ansiedad y la depresión se apoderan de nuestro espíritu, manifestándose en apatía y abatimiento.
Somos parte de una sociedad masificada que nos sumerge en el anonimato; carente de marcos referenciales, donde el individuo es movido desde afuera por slogans, propagandas, rumores.
Asistimos a diario, y casi con una pasiva resiganción, a un desfile encabezado por la violencia, la corrupción y la impunidad.
La competencia sin límites, casi maquiavélica, se ha instituído como pilar de una sociedad atomizada e individualista, en la que se privilegia el "tener" sobre el "ser".
El consumismo nos conduce a un estado de insatisfacción permanente, debido a lo efímero del éxito que se obtiene.
Las relaciones interpersonales son cada vez más superficiales, llevándonos a un aislamiento íntimo. La comunicación familiar se ve dificultada por la falta de tiempo, el desdibujamiento de roles, la ausencia de límites y contención afectiva.
Significativamente, el flagelo de la droga avanza inexorablemente, encontrando en este cuadro de situación el caldo de cultivo para reproducirse. Adolescentes, jóvenes y niños intentan, renunciando a su propia identidad, terner una percepción diferente de un mundo que no puede modificar.
A un paso del año 2000 se hace prioritario romper la causalidad circular y plantearnos ¿para qué vivimos? Poder hallar una respuesta responsable y profunda a este interrogante debiera ser el objetivo básico de todo ser humano, pues esto implica la elaboración de un proyecto personal de vida que debe surgir del reconocimiento de la presencia de valores y disvalores en nuestra propia historia y en la historia de la humanidad.
Nos cabe a padres y docentes la responsabilidad de cambiar el rumbo, para lo cual es fundamental asumir un compromiso ético que ofrezca a los jóvenes modelos de identificación fundados en valores que los ayuden a encontrar el verdadero sentido de la vida.
Así como la educación debe capacitar técnica y científicamente a las personas para lograr una mejor calidad de vida, también deberá rescatar el valor de las emociones para favorecer el desarrollo de personalidades autónomas y creativas, capaces de reconocer y guiar sus sentimientos, y establecer relaciones interpersonales sólidas.
Nuestra meta será entonces, educar para la libertad, el compromiso, la solidaridad, el amor y el respeto, valores que garantizan que la vida merezca y desee ser vivida a pesar del dolor y las frustraciones, ya que "...quien tiene un para qué vivir, soporta cualquier cómo" (V.Frakl)
Sin embargo, la realidad cotidiana nos abruma cada vez con mayor celeridad, provocando el desvanecimiento de nuestros sueños. La ansiedad y la depresión se apoderan de nuestro espíritu, manifestándose en apatía y abatimiento.
Somos parte de una sociedad masificada que nos sumerge en el anonimato; carente de marcos referenciales, donde el individuo es movido desde afuera por slogans, propagandas, rumores.
Asistimos a diario, y casi con una pasiva resiganción, a un desfile encabezado por la violencia, la corrupción y la impunidad.
La competencia sin límites, casi maquiavélica, se ha instituído como pilar de una sociedad atomizada e individualista, en la que se privilegia el "tener" sobre el "ser".
El consumismo nos conduce a un estado de insatisfacción permanente, debido a lo efímero del éxito que se obtiene.
Las relaciones interpersonales son cada vez más superficiales, llevándonos a un aislamiento íntimo. La comunicación familiar se ve dificultada por la falta de tiempo, el desdibujamiento de roles, la ausencia de límites y contención afectiva.
Significativamente, el flagelo de la droga avanza inexorablemente, encontrando en este cuadro de situación el caldo de cultivo para reproducirse. Adolescentes, jóvenes y niños intentan, renunciando a su propia identidad, terner una percepción diferente de un mundo que no puede modificar.
A un paso del año 2000 se hace prioritario romper la causalidad circular y plantearnos ¿para qué vivimos? Poder hallar una respuesta responsable y profunda a este interrogante debiera ser el objetivo básico de todo ser humano, pues esto implica la elaboración de un proyecto personal de vida que debe surgir del reconocimiento de la presencia de valores y disvalores en nuestra propia historia y en la historia de la humanidad.
Nos cabe a padres y docentes la responsabilidad de cambiar el rumbo, para lo cual es fundamental asumir un compromiso ético que ofrezca a los jóvenes modelos de identificación fundados en valores que los ayuden a encontrar el verdadero sentido de la vida.
Así como la educación debe capacitar técnica y científicamente a las personas para lograr una mejor calidad de vida, también deberá rescatar el valor de las emociones para favorecer el desarrollo de personalidades autónomas y creativas, capaces de reconocer y guiar sus sentimientos, y establecer relaciones interpersonales sólidas.
Nuestra meta será entonces, educar para la libertad, el compromiso, la solidaridad, el amor y el respeto, valores que garantizan que la vida merezca y desee ser vivida a pesar del dolor y las frustraciones, ya que "...quien tiene un para qué vivir, soporta cualquier cómo" (V.Frakl)
Periódico Buenas Nuevas
Abril- Mayo 1999
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